viernes, 14 de agosto de 2009

El ratón

Juan Pérez es un pequeño ser que va por las noches visitando a los niños mientras duermen... No, no es una denuncia policial ni una cadena para que reenvíen, él es bueno, es como el némesis del monstruo del armario (o Michael Jackson a lo sumo) , es como si éste último fuera un elefante malo (o sea, uno de los tantos que se cansó que se burlen por llegar en fiat 600 a las fiestas) y Perez, un ratón. Bueno, en realidad, sí, es un ratón en serio...

¡Momento! Si Juan Pérez es un ratón, ¿el monstruo del armario será uno de los tantos elefantes rencorosos con el mundo? ¿Será esa la verdadera razón del olor de los armarios? ¿Eso que parecía una camisa será una trompa que quedó afuera? ¿Antes de irnos a dormir tendremos que revisar abajo de la cama, adentro del armario y si hay un fitito en la puerta? Tantas preguntas y tan pocas ganas de responderlas...

Mejor, alejémonos del lado oscuro (iluminado sólo si tenés un armario con complejo de heladera o un elefante con linterna), volvamos a hablar de Juan Pérez. Él sí es bueno, se nos cae un diente, lo ponemos debajo de la almohada y él viene por la noche y nos lo cambia por plata... ¡Sí! Plata (ahí entendés de qué viven los boxeadores), es buenísimo. Y si tenés alguna duda, preguntate ¿por qué crees que los pibes que les faltan dientes sonríen igual?

Ahora, algo que me llama la atención... Nosotros tenemos dientes, nos acompañan durante toda nuestra infancia, nos ayudan a comer galletitas, masticar caramelos, morder compañeros... Tantas cosas pasamos juntos, pero cuando se caen, ¿qué es lo primero que hacemos? Los vendemos. ¿Por qué? ¿Por qué tal desprecio hacia los dientes que tanto nos ayudaron? Todo por plata, así está el país...

Recuerden, papás, si motivan a sus hijos a dejar de lado sus sentimientos y vender sus dientes, después no se extrañen que empiecen a buscar geriátrico cuando lleguen a la adolescencia...

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